Ervin Lazslo traza la correspondencia entre la idea de akasha y el universo holográfico de la física moderna.
Uno de los puntos más altos en la historia del pensamiento humano ocurrió hace aproximadamente 3 mil años en la India con el esplendor de la literatura védica. Una mítica época dorada que entre otras cosas nos legó el atisbo filosófico de que nuestra realidad es la representación de una realidad más profunda, de que existe una dimensión implicada u oculta que in-forma a la realidad que conocemos cotidianamente.
El científico y filósofo de la ciencia Ervin Laszlo, como otros ante que él, sugiere que esta dimensión profunda ha sido redescubierta por la física cuántica, específicamente por la teoría holográfica, la cual sería el equivalente del “akasha” hinduista. “Existe un compendio de conocimiento e información conservado en un plano de realidad no-físico, que se conoce como los registros Akashicos”, escribe Laszlo en su nuevo libro The Self-Actualizing Cosmos: The Akasha Revolution in Science and Human Consciousness.
En la cosmogonía hindú dispuesta por los rishis (videntes), el mundo estaba compuesto por cinco elementos vata (aire), agni (fuego), ap (agua), prithivi (tierra) y akasha (éter). Akasha es el espacio pero también, “el resplandor” o la “luz omniabarcante”; es el elemento que sostiene a los demás, un substrato del cual emergen los demás y al cual regresan. En el libro Raja Yoga, Swami Vivekananda señala que Akasha “es tan sutil que yace más allá de la percepción ordinaria; sólo puede verse cuando se condensa, y toma forma”. En los Upanishads se dice: “Todos los seres surgen del espacio, y al espacio regresan: el espacio en verdad es el origen, y el espacio es el fin”. Laszlo advierte que el físico David Bohm, gran amigo del filósofo Krishnamurti, expresó lo mismo con su Orden Implicado:
Lo que experimentamos con los sentidos como espacio vacío es el fundamento de la existencia de todo, incluyéndonos a nosotros. Las cosas que percibimos con nuestros sentidos son formas derivadas y su verdadero significado puede sólo verse cuando consideramos la plenitud, en la que se generan y sustentan, y en la que luego deberán de desvanecerse.
Este paradójico vacío cuántico tiene su contraparte en el concepto budista de “sunyata” (una palabra que significa vacío pero también connota algo que está henchido, pletórico): el vacío radiante.
El vacío paradójicamente es la plenitud: contiene todas las formas, es potencia pura, la espuma de la creación cósmica. En su libro Ka, sobre mitología de la India, Roberto Calasso habla sobre cómo antes de la creación de este mundo ya existía la mente, que descansaba en las aguas. Este mundo eran las aguas que fluían en sí mismas, “en la ola indistinta”. Hasta que: “Las aguas desearon. Solitarias, ardieron. ‘Ardieron el ardor’. En la ola se formó una concha de oro.
Esto, el uno, nació por la potencia del ardor”. Este deseo o ardor (tapas), que brota del “irreductible plural femenino” que son las aguas, se manifiesta como una chispa, como un resplandor que enciende la cresta de una ola: la luz, las partículas subatómicas que emergen de la espuma cuántica.
En los últimos años, físicos como Craig Hogan, Juan Maldacena, Leonard Susskind, Gerardus ’t Hooft y filósofos como Nick Bostrom y Tom Campbell han sugerido e intentado probar que nuestro universo podría ser un inmenso holograma: que el espacio-tiempo estaría codificando información de una dimensión superior y nuestro universo podría ser la la proyección en 3D emanando del horizonte de sucesos de un agujero negro (Hogan incluso plantea la posibilidad de que nuestra realidad se vuelva granulosa en el horizonte de sucesos, como una imagen pixelada). A propósito de nuevos cálculos que parecen confirmar esto, el físico Leonard Susskind escribió:
Han confirmado numéricamente, tal vez por primera vez, algo de lo que estábamos seguros de que era cierto, pero aún se mantenía como una conjetura: que las termodinámicas de ciertos agujeros negros pueden ser reproducidas desde un universo dimensionalmente más bajo o simple.
Lazslo coincide con esta corriente dentro de la física y ve reflejado en el principio holográfico la antigua filosofía védica.
Aparentemente los agujeros negros, como el cosmos en su totalidad, son holográficos. La mircoestructura del espacio está patronada por ondas tridimensionales que corresponden a códigos en 2D en la periferia del espacio-tiempo, y la energía interna de un agujero negro y la energía interna de las correspondientes dimensiones inferiores son equivalentes. Esto sugiere que el espacio-tiempo es un holograma cósmico y las partículas y los sistemas cuánticos que constituyen son elementos intrínsecamente entrelazados de este.
Otras teorías también parecen apuntar a este idealismo de la física –del mundo como representación. El descubrimiento reciente del amplituhedro por parte Jacob Bourjaily, y de Nima Arkani-Hamed muestra desde otra perspectiva una cosmovisión similar.
El amplituhedro es objeto geométrico que evoca una joya –de la cual emergen todas las joyas y sus reflejos, para usar la metáfora hinduista del “collar de perlas de Indra– el cual simplifica enormemente los cálculos de las interacciones entre partículas.
Esta joya “en el centro de la física cuántica” pone en entredicho “la noción de que el espacio y el tiempo son componentes fundamentales de la realidad”, son, según sugiere la nueva teoría solamente propiedades secundarias de una realidad geométrica subyacente de la cual se desdobla el mundo físico que conocemos, como la proyección de un substrato matemático.
El concepto de Akasha, apropiado por la teosofía y otras nuevas filosofías místicas, ha llegado a significar también la memoria del universo. Una memoria no-local, que se almacena en su totalidad en cada parte, por lo cual la metáfora de nuestro universo es una simulación computarizada resuena o permite concebir una estructura holográfica, similar a un aleph informático. El divulgador de la ciencia, Michael Talbot, explica en su libro El Universo Holográfico:
De la misma forma que toda porción de un holograma contiene la imagen de la totalidad, cada porción del universo contiene la totalidad. Esto significa que si supiéramos el medio de acceder, podríamos encontrar la galaxia de Andrómeda en la huella digital del dedo gordo de nuestra mano izquierda.
Podríamos encontrar a Cleopatra conociendo a Julio César por primera vez, ya que en un principio la totalidad del pasado y las implicaciones del futuro están contenidas en cada porción del espacio-tiempo. Cada célula de nuestro cuerpo contiene al cosmos entero.
El concepto de Laszlo de Akasha es el de un todo vinculante, el soporte mismo del programa del universo y el lenguaje que integra y unifica la multiplicidad emergente. “Akasha hospeda las relaciones geométricas que gobiernan la interacción de los quantums y de todas las cosas constituidas en el espacio-tiempo cuántico. Es el asiento de los campos y las fuerzas del mundo manifiesto”.
Es posible que Laszlo tienda a deificar un concepto o a reducir todo a una fuerza de información universal sin tener sustento científico. Apuesta más a la correspondencia y a la intuición. De cualquier forma la discusión parece legítima y del más alto interés: tanto la ciencia como la metafísica sugieren que existe una dimensión oculta implicada en la realidad. La más seria búsqueda de conocimiento debería de estar orientada a explorar esa dimensión en la medida de lo posible.
Twitter del autor: @alepholo
Por: Alejandro Martinez Gallardo
Interesante
muy interesante !!!!!