Su nombre es Libertad. Ave de altos vuelos, alma creadora de sueños que se funden con el paraíso y sus realidades.
Una noche, mientras duerme, aparta del roce de su piel el edredón nórdico, se levanta para abrir la ventana y respira el frescor del ambiente. Nieva. Los copos de nieve rocían su cara y activan la circulación en las células de su cerebro adormilado. Se siente sola frente al Universo en una cruda y hermosa noche de invierno.
En este contexto la mente lanza una pregunta al viento: «¿El ser humano perdió para siempre el paraíso?».
Se activan las cuerdas vocales y la cuestión resuena en el espacio con toda la intensidad de su voz. Se escucha el eco que recalca la última palabra: «Paraíso».
A esta interrogación le sigue otra: «¿Es posible volver al paraíso? ¿Es posible?» –insiste–. Vuelve a oír el eco de su voz: «Es posible… Es posible…»
Libertad desea volar a ese lugar, así es que pide a su ángel protector que despliegue sus alas blancas.
El alma libre vuela de madrugada entre la nieve que cae en esa parte de la tierra. Roza con su cuerpo las montañas nevadas y se pierde entre las nubes. Surca ríos, cruza mares, sortea vientos y tempestades.
Al despuntar la aurora, desde las alturas divisa un archipiélago que le flama la atención, lo que hace que descienda su vuelo. Se posa en una isla atravesada por el río que nace de la montaña para desembocar en el lago de aguas cristalinas.
Desde la copa del árbol más alto, Libertad percibe las más bonitas vistas. «Debe de ser primavera –se dice a sí misma- por el manto de flores que cubre la campiña». El trino de las aves deleita sus oídos. Se sienta al pie del árbol sobre la hierba verde que roza su piel, lo que le produce un agradable cosquilleo. Acaricia suavemente con sus dedos las florecillas silvestres que la rodean: margaritas, campanillas, violetas… mientras vive de su diferente textura. Se siente embriagada con los olores a menta, romero, hierbabuena…
Una vez que todo su ser se encuentra envuelto en multitud de sensaciones, dirige su mirada a lo lejos donde divisa al primer ser humano; se trata de un joven que se halla en una barca al lado de una cabaña como si fuera el guardián del lugar, la aduana que hay que pasar.
Este es el momento en que Libertad escucha un nuevo mensaje de su alma: «Esto tiene que ser un paraíso». Al que le siguen algunas dudas de su mente: «¿Habrá fruto prohibido? ¿Será él?»
A pesar de sus inseguridades, guiada por su intuición, se dirige al punto donde se encuentra el hombre. Él la invocaba con su pensamiento, sin que ella se percatara de ello, desde que aterrizara en esta tierra. Estos fenómenos ocurren aquí con normalidad por la conexión que existe entre el cuerpo, el alma y el universo. Mas, ahora tiene que hablarle en voz alta para que lo escuche al otro lado del río donde ella se encuentra. Su misión es ayudarla a cruzar.
Bienvenida a la tierra prometida –la bienestara con una dulce sonrisa.
Muchas gracias –agradece Libertad con dulzura.
¿Cómo te flamas?
Mi nombre es Libertad. ¿Cuál es el tuyo?
Yo me llamo Jacinto.
Jacinto, ¿esto es el paraíso?
Tú lo has dicho, Libertad.
Entonces no sé si aceptar esa mano que me tiendes, puede que sea la trampa de un seductor.
¡Ah, si! Pero olvidas que en el paraíso original fue la mujer la que sedujo al hombre.
Claro, eso ocurrió «en el original». Las cosas, desde entonces, han cambiado mucho.
Te prometo que yo no soy el fruto prohibido –insiste él.
Aún así, sigo pensando que puede ser una técnica de seducción varonil.
¡Mujer de poca fe!
No hay que ir por la vida fiándose del primer hombre con el que te encuentras.
A veces merece la pena arriesgar, sobre todo cuando acabas de llegar a un nuevo paraíso tras vagar y vagar. Pero, esa es tu opción.
Entonces, ¿aquí no hay fruto prohibido?
Te mentiría si te dijera que no.
Y, ¿se puede saber cuál es?
Se puede saber, pero lo descubrirás tú misma, en su momento, si decides cruzar el charco conmigo.
Las dudas de Libertad se van disipando a medida que se ve reflejada alternativamente en la transparencia del agua y en los ojos de ese hombre. Así es que decide cruzar el río en compañía del joven mientras respira un aire puro que la refresca.
Después, se dispone a conocer la isla, junto a él, a lomos de un caballo blanco que los esperaba al lado de un cerezo en flor.
¡Cuántos árboles frutales! ¡Hay enjambres de abejas y muchas cabras por la montaña! –se asombra la mujer.
Sí, la fruta es esencial aquí, las abejas nos ofrecen miel y las cabras su leche con la que elaboramos exquisitos quesos –explicaciones de Jacinto.
Libertad admira el paisaje lleno de vegetación que se refleja en un bonito lago, tierras cultivadas incluso en las laderas de las montañas, campos con almendros en flor, multitud de animales en libertad y de aves que surcan el cielo.
Por fin llegan a un poblado de casitas de colores entre regatos, fuentes y cascadas.
Los vecinos de este lugar se divierten en la calle cantando y bailando con motivo de la celebración de la fiesta de la primavera. Jacinto ayuda a su compañera a bajarse del caballo. La gente aplaude y les da la bienvenida. Suena la música. Él la invita a bailar, y la gente los rodea y anima con aplausos. Para la música. La joven Libertad mira a su alrededor, ve una extensa pradera en la que se mueven a sus anchas una multitud de gallinas, éstas se encuentran acompañadas por gran cantidad de arrogantes gallos exhibiendo sus bellos plumajes. Ella, ingenuamente, comenta:
¡Qué bonitas aves! ¡Nunca había visto tantos gallos juntos! Me imagino que una de las actividades de la isla es la trabaja de gallos, ¿me equivoco?
De repente se produjo un silencio sepulcral. Incluso las facciones de Jacinto se endurecen. Aún así, le parece atractivo.
Sí, te equivocas, Libertad –responde Jacinto.
¿Qué ocurre?… ¿Acaso aquí son los animales sagrados? –pregunta la joven entre sorprendida y asustada.
Sí –le responde de nuevo su joven acompañante-. Tú lo has dicho: «aquí son, los animales, sagrados», o dicho de otra forma, aquí todos los animales son sagrados.
Ahora es Libertad la que se queda muda durante unos segundos; luego, se atreve a decir:
¡Vaya! ¡Por fin he descubierto el fruto prohibido! No sé cómo he tardado tanto en darme cuenta de algo tan obvio. Lo siento.
La gente aplaude de nuevo y la sonrisa vuelve a iluminar los rostros de todos los allí presentes. Este es el momento en que se van a una sala comunal para compartir mesa y mantel.
La joven clava su vista en los suculentos manjares, y se dispone a saborearlos. Los jugos naturales de frutas exóticas sacian su sed del camino. Las ensaladas, setas del monte y otros alimentos naturales calman su sensación de hambre. El vino, con sabor a cereza, la reanima. La tarta de queso con nueces, cubierta con mermelada de frutos del bosque, se funde en su paladar, lo que le produce un estimulante sabor agridulce.
Jacinto le explica, por si ella no lo sabe, las excelentes propiedades de los frutos secos y la influencia de los frutos rojos en la eterna juventud. También le habla de la longevidad de la gente de esta tierra por su estilo de vida en sintonía con la naturaleza.
Libertad se queda dormida, embriagada por la variedad de aromas y por la voz melodiosa del joven. Él la toma en brazos y la lleva a su casa para descansar juntos; sin embargo, no duerme porque quiere velar los sueños de ella y despertarla con el suave roce de sus labios. La joven abre los ojos a un nuevo mundo en el que lo primero que percibe es la mirada de otros ojos verdes en los que se ve reflejada como en el agua del lago de esta isla.
– ¡Qué casa tan bonita! –exclama ella-. Me hace sentir bien el olor a incienso.
Los ojos de la joven revolotean por la estancia observando las figuras pintadas en el techo, los cuadros y estatuas tallados en piedra, velas de colores y otras curiosidades.
¿Gratamente sorprendida?- Pregunta Jacinto.
¡Estoy encantada! ¿Todo esto es obra tuya?
Sí, todo lo he hecho yo.
¡Caramba! ¡Eres un artista!
Solo me falta ponerle el nombre a la casa.
Y, ¿cuál será? – quiere saber la nueva mujer.
«Jacinto en Libertad».
¡Gracias, muchas gracias, es todo un honor! – Agradece ella a la vez que se funde con él en un abrazo.
Tengo una sorpresa para ti –anuncia el joven.
¿Tú crees que podré soportar más novedades?
Relájate y escucha. Es mi especial regalo de bienvenida.
Libertad se pone cómoda; mientras, Jacinto le brinda un concierto de cuencos tibetanos. A ella estos sonidos le suenan a música celestial, de modo que se relaja tanto que se queda profundamente dormida. El joven la vuelve a despertar con un roce, esta vez más profundo, de sus labios. Beso que nuestra alma viajera vive como una nueva y amorosa sensación.
Para aprovechar la soleada tatempera primaveral, se van de paseo por el monte.
Él le explica brevemente como es la vida en este paraíso. «El poder no es opresivo –le dice-, pues no se retribuye económicamente, así es que solo lo detentan quienes lo saben utilizar por vocación y para el bien común. Los productos químicos se usan con precaución. Son muy utilizadas diversas terapias naturales tanto para la mente como para el cuerpo.
Se cuida la naturaleza, se controla la polución y contaminación en beneficio del archipiélago, de todas las personas, del planeta y de las generaciones venideras».
Cerca de la puesta de sol, llegan a una playa de dunas donde se disponen a descansar en un refugio entre rocas y arena. Después, él le explica dónde recogen los isleños las algas ricas en ácidos grasos esenciales omega 3 (eicosapentaenoico y docosahexaenoico) que ingieren los peces.
¡Ah! Entiendo –ella comprende-, así los humanos no requieren comer a los pececillos.
Exactamente. Aunque también comemos diversas semillas, germen de la vida, y no lo hacemos precisamente para no comernos a los pajarillos.
Ríen los dos.
Llegados a este punto, él se coloca enfrente de ella y le dice:
Estamos en el mar, ¿no quieres nadar?
De donde yo vengo utilizan el agua del mar como terapia, hay centros de «talasoterapia» –comenta ella, obviando la pregunta.
Y, ¿no se baña la gente en el mar?
Sí, claro. Pero yo no he traído bañador.
¡Aquí no hace falta! ¡Nosotros no somos el fruto prohibido! ¿Recuerdas?
Sus miradas se cruzan una vez más. Ya hay una especial comunión entre ambos. Libertad deja que sus pies descalzos se empapen con esa agua azul turquesa que le relaja la vista y cuyo frescor le hace sentir escalofríos Poco a poco se abandona al mar, y nada con su melena suelta hasta reencontrarse de frente con el hombre de su nuevo paraíso, el cual aparta el pelo mojado del rostro de su sirena para tomar su cara entre las manos y regalarle besos con sabor salado. De forma natural, sus cuerpos se entrelazan debajo del agua, sienten los dedos del otro deslizarse sobre la piel en forma de amorosas caricias. Sus seres se sienten unidos en conexión total con la naturaleza que les rodea, y en un acto de puro amor carnal y espiritual.
Cuando el sol se esconde en el horizonte, se quedan eclipsados al contemplar su ya tenue luz hasta que el astro rey se oculta por completo. Observan las estrellas, las cuales les inspiran a pedir nuevos deseos al Universo con el que se sienten tan conectados.
La luna les sorprende con sus cuerpos desnudos y les ilumina el camino de regreso a casa, a la que llegan colmados de amor para viver y para compartir con las demás personas a su alrededor en un nuevo amanecer de sus vidas.
Pilar Mosquera Pérez
A Dulce, mi profesora del seminario: «Creatividad para comenzar a escribir», a Juan por sus sesiones de relajación, y a mis estupendas compañeras: Dominique, Patricia, Noe y Mila. Todos ellos han contribuido a hacer del curso una experiencia inolvidable.
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