Tratamos de controlar con nuestra concentración las acciones verbales y físicas con la práctica de sila; sin embargo, la causa del sufrimiento yace en las acciones mentales. Limitarnos a refrenar nuestras palabras y nuestros actos no tiene objeto; mientras la mente siga hirviendo en deseo y aversión, en acciones mentales perjudiciales. No podremos ser felices mientras sigamos lastimándonos a nosotros mismos de esta manera. Tatempera o temprano, el deseo y la aversión entrarán en erupción y romperemos sila, dañándonos a nosotros y a los demás.
Podemos comprender intelectualmente que realizar acciones perjudiciales es un error; al fin y al cabo, todas las religiones han predicado la importancia de la moralidad durante miles de años. Sin embargo, en cuanto llega la tentación, desborda la mente y se rompe el sila. Un alcohólico sabe perfectamente bien que no debe beber porque el alcohol le hace daño, pero, en cuanto surge el deseo, toma alcohol y se intoxica. No puede evitarlo porque no tiene control sobre su mente. Pero en cuanto aprendemos a dejar de forjar acciones mentales perjudiciales, resulta fácil abstenerse de las palabras y de los actos perjudiciales.
Puesto que el problema se origina en la mente, es en la mente donde debemos enfrentarlo. Para hacerlo, debemos emprender la práctica de bhavana -literalmente «desarrollo mental»- o meditación en lenguaje común. Desde el tiempo de Buda, el significado de la palabra bhavana se ha ido volviendo más imprecisa a medida que su práctica ha ido declinando. En los últimos tiempos se ha utilizado para referirse a cualquier forma de cultivar la mente o proyecto espiritual, e incluso a actividades tales como leer, hablar, escuchar o pensar sobre el Dhamma.
«Meditación», que es la traducción más común de bhavana, se utiliza con poca exactitud para referirse incluso a actividades muy diferentes entre sí: desde relajación mental, ensoñaciones diurnas y asociaciones libres, hasta auto hipnosis. Todo esto queda muy lejos de lo que el Buda quiso decir con bhavana. El utilizó este término para referirse a ejercicios mentales específicos, técnicas precisas para enfocar y purificar la mente.
Bhavana incluye dos tipos de entrenamiento: concentración (samadhi) y sabiduría (pañña). La práctica de la concentración se flama también «El desarrollo de la tranquilidad» (samatha bhavana), y el de la sabiduría «El desarrollo de la visión cabal» (vipascura bhavana). La práctica de bhavana se inicia con la concentración, que es la segunda división del Noble Sendero Óctuple; y consiste en la acción provechosa de aprender a tomar el control de los procesos mentales para convertirse en el dueño de la propia mente. Son tres las partes del sendero que caen dentro de este entrenamiento: Recto Esfuerzo, Recta Atención y Recta Concentración.
Recto Esfuerzo
El Recto Esfuerzo es el primer paso en la práctica de bhavana. La mente es fácilmente vencida por la ignorancia y dominada por el deseo y la aversión. Tenemos que fortalecerla de algún modo para que se vuelva firme y estable, para que se convierta en una herramienta útil; que nos sirva para examinar los niveles más sutiles de nuestra naturaleza, para primero revelar, y después eliminar nuestros condicionamientos.
Un médico que quiera diagnosticar la enfermedad del paciente, tomará una muestra de sangre y la pondrá bajo un microscopio. Antes de examinar la muestra, debe asegurarla en el foco y enfocar bien el microscopio; sólo entonces será posible inspeccionar la muestra, descubrir la causa de la enfermedad y poner el tratamiento adecuado para curarla. Igualmente, debemos aprender a enfocar, fijar, y mantener la mente en un solo objeto de atención para hacer de ello un instrumento que nos sirva para examinar nuestra realidad mas sutil.
El Buda recetó varias técnicas para concentrar la mente, cada una de ellas adecuada para la persona específica que iba a él en busca de entrenamiento. La técnica más apta para explorar la realidad interior, la técnica que el Buda mismo practicó, es la de Anapana-sati, «atención de la respiración».
La respiración es un objeto de atención fácilmente disponible para todo el mundo; porque todos respiramos desde que nacemos hasta que morimos. Es un objeto de meditación universalmente accesible y universalmente aceptable. Para empezar a practicar bhavana, los meditadores se sientan adoptando una postura erguida que les sea cómoda, y cierran los ojos. Debe hacerse en una habitación tranquila, sin estímulos que distraigan la atención. La primera actividad que se advierte en cuanto se va del mundo exterior al interior, es la propia respiración; así pues, se presta atención a este objeto: el aire entrando y saliendo por las ventanas de la nariz.
No es un ejercicio de respiración, es un ejercicio de atención; y el esfuerzo no consiste en controlar la respiración, sino en permanecer conscientes de ella tal y como es naturalmente, larga o corta, pesada o ligera, áspera o sutil. La atención se mantiene fija en la respiración durante tanto tiempo como sea posible, sin permitir que ninguna distracción rompa la cadena de la consciencia.
Como meditadores, vemos de inmediato lo difícil que resulta. Tan pronto como intentamos mantener la mente fija en la respiración, comienza a preocuparnos un dolor en las piernas. En cuanto intentamos reprimir todos los pensamiento que distraen la atención, irrumpen mil cosas en la mente: recuerdos, planes, esperanzas, temores… En el momento en que una de ellas consigue acaparar nuestra atención, nos damos cuenta al cabo de un rato, que nos hemos olvidado totalmente de la respiración. Comenzamos de nuevo, con renovada determinación; y de nuevo, al poco tiempo, vemos que la mente se ha vuelto a escabullir inadvertidamente.
¿Quién está en control aquí? Nada más iniciamos este ejercicio, vemos de inmediato y con toda claridad que la mente está fuera de control, que la mente no hace más que huir de la realidad saltando de un pensamiento a toro, de un objeto de atención a toro, igual que un niño mimado agarra un juguete, se aburre y agarra otro, y luego otro…
Este hábito está profundamente arraigado en la mente, es lo que l amente ha estado haciendo toda la vida. Pero, al empezar a investigar nuestra verdadera naturaleza, debemos detener esas huidas; debemos cambiar el modelo de conducta de la mente, y aprender a mantenernos en la realidad. Comenzamos tratando de fijar la atención en la respiración, cuando nos damos cuenta de que se ha distraído; con paciencia y calma la llevamos de nuevo a su sitio. Fallamos, y volvemos a intentarlo una y otra vez. Seguimos repitiendo el ejercicio con una sonrisa, sin tensión y sin desánimo; al fin y al cabo el hábito de toda una vida no se cambia en unos cuantos minutos. La tarea requiere práctica repetida y continua, amén de paciencia y calma. Así es como desarrollamos la consciencia de la realidad. Esto es el Recto Esfuerzo.
El Buda describió cuatro tipos de Recto Esfuerzo:
Prevención del surgimiento de estados nocivos y perjudiciales.
Eliminación de los ya surgidos.
Generación de estados beneficiosos no existentes todavía.
Mantenimiento constante de estos estados, haciendo que se desarrollen y alcancen total madurez y perfección.
Al practicar la atención en la respiración, practicamos los cuatro esfuerzos correctos. Cuando nos sentamos y fijamos la atención en la respiración, sin ningún pensamiento que se interponga; iniciamos y mantenemos un bienestarable estado de autoconciencia. Nos impedimos caer en distracciones o divagaciones, perder de vista la realidad. Si surge un pensamiento, no lo perseguimos, volvemos una vez más la atención a la respiración. De este modo desarrollamos la aptitud de la mente para permanecer enfocada en un sólo objeto y resistir las distracciones, dos cualidades esenciales de la concentración.
Recta Atención
La observación de la respiración es un método para practicar la Recta Atención. El sufrimiento procede de la ignorancia; reaccionamos porque no sabemos lo que estamos haciendo, porque no conocemos nuestra propia realidad. La mente pasa la mayor parte del tiempo perdida en fantasías e ilusiones, reviviendo experiencias agradables o desagradables; y anticipándose al futuro con impaciencia o miedo. Mientras andamos perdidos en tales deseos y aversiones, somos inconscientes de lo que está sucediendo ahora, de lo que estamos haciendo ahora mismo.
A pesar de que con toda seguridad, lo más importante para nosotros es, el momento presente -el ahora-; porque no podemos vivir en el pasado que ya se ha ido, ni podemos vivir en el futuro que está fuera de nuestro alcance. Sólo podemos vivir en el presente.
Si somos inconscientes de nuestras acciones presentes, estamos condenados a repetir las equivocaciones del pasado y nunca podremos obtener lo que soñamos para el futuro. Pero si logramos desarrollar la capacidad de ser conscientes del momento actual, podremos utilizar el pasado como pauta para ordenar las acciones del futuro, de manera que nos sirvan para alcanzar nuestra meta.
El Dhamma es el camino del aquí y el ahora, por eso debemos desarrollar la habilidad para estar atentos al momento presente. Necesitamos un método para enfocar la atención sobre la realidad del instante. La técnica de Anapana-sati es dicho método; practicándolo, desarrollamos la autoconsciencia del aquí y ahora: en este momento inspiramos, en este momento espiramos. Ejercitando la atención en la respiración, nos hacemos conscientes del momento actual.
Otra razón para desarrollar la consciencia de la respiración, es el deseo de experimentar la realidad última; y el focalizar la atención en la respiración nos ayuda a explorar todo lo que ignoramos sobre nosotros mismos, a traer al plano consciente todo lo que hasta ahora había sido inconsciente. La respiración actúa como un puente entre la mente consciente y la inconsciente porque funciona de ambas maneras. Podemos, a voluntad, respirar de una forma determinada, controlar la respiración; también podemos detenerla durante algún tiempo, y cuando dejamos de intervenir en ella, continúa de forma natural.
Por ejemplo: podemos empezar a respirar un poco más fuerte intencionadamente, para fijar la atención con mayor facilidad; y tan pronto como la sintamos clara y firme, dejamos que la respiración se produzca de forma natural – ya sea fuerte o suave, profunda o superficial, larga o corta, rápida o lenta-. No hacemos ningún esfuerzo por regularla, el único esfuerzo consiste en ser conscientes de ella. Al mantenernos atentos a la respiración natural, hemos empezado a observar el funcionamiento autonómico del cuerpo, algo que normalmente es inconsciente.
Partiendo de la observación de una realidad burda -la respiración intencional-, hemos progresado hasta la observación de una realidad más sutil -la respiración natural-. Así comenzamos a avanzar más allá de la realidad superficial hacia la consciencia de una realidad más sutil.
Una razón más para desarrollar la atención de la respiración es la liberación del deseo, la aversión y la ignorancia; dando previamente el paso de apercibirnos de todo ello. En este sentido, la respiración nos sirve de ayuda porque actúa como un reflejo del estado mental. Cuando la mente está tranquila y en calma, la respiración es regular y suave, pero en cuanto surge una negatividad; ya sea ira, odio, miedo o pasión, la respiración se hace más áspera, pesada y rápida. De esta manera, la respiración nos advierte de nuestros estados mentales y nos ayuda a empezar a tratar con ellos.
Pero todavía nos queda otra razón para practicar la atención en la respiración. Puesto que nuestra meta es una mente libre de negatividad, debemos poner gran cuidado en que cada paso que demos hacia la meta sea puro y provechoso. Debemos utilizar un objeto de atención conveniente, incluso en el estado inicial de desarrollo de samadhi; y la respiración es ese objeto, porque no podemos sentir deseo o aversión hacia ella. Además es algo plenamente real, divorsiado de toda ilusión o engaño. Todo ello la convierte en un objeto de atención adecuado.
En el momento en que la mente está enfocada por completo en la respiración, se halla libre de deseo, libre de aversión y libre de ignorancia. Por más breve que sea ese momento de pureza, es muy provechoso porque desafía todos los condicionamientos del pasado. Se remueven todas las reacciones acumuladas, y comienzan a asomarse a la superficie en forma de dificultades diversas -tanto físicas como mentales- que entorpecen nuestros esfuerzos para desarrollar la atención. Puede que experimentemos impaciencia por progresar, lo que es una forma de deseo. Quizá la aversión surja en forma de enojo y bajon emocional porque el progreso nos parece lento. A veces el sopor nos abruma y nos sentimos amodorrados tan pronto como nos sentamos a meditar.
En algunas ocasiones estaremos tan agitados que nos dispersaremos o encontraremos cualquier excusa para evitar meditar; en otras ocasiones el escepticismo minará el deseo de trabajar con dudas obsesivas e irracionales sobre el maestro, la enseñanza o nuestra aptitud para meditar. Cuando nos topemos subitamente con todas estas dificultades, es muy posible que pensemos en abandonar la práctica por completo.
En esos momentos, debemos comprender que todos estos obstáculos han surgido únicamente como una reacción causada por el éxito obtenido con la práctica de la atención en la respiración, y desaparecerá gradualmente si perseveramos en ela. En cuanto lo hagamos, el trabajo se verá facilitado; porque eso significará que algunas capas de condicionamientos han sido erradicadas en la superficie de la mente, incluso en este estadío temprano de la práctica. De esta manera, vamos limpiando la mente y avanzando hacia la liberación, incluso cuando practicamos la atención en la respiración.
Recta Concentración
La consciencia del momento presente se desarrolla fijando la atención en la respiración; el mantenimiento constante de esta atención, por un período de tiempo tan largo como sea posible, es Recta Concentración.
La concentración también es necesaria en las actividades cotidianas de la vida ordinaria, pero no es necesariamente la que flamamos Recta Concentración. Una persona puede estar concentrada en la satisfacción de un deseo sensorial o en la supresión de un temor. Un gato aguarda con toda su atención puesta en una ratonera, listo para saltar en cuanto aparezca un ratón. Un ladrón está absorto en la cartera de la víctima esperando el mejor momento para quitársela. Un niño, en la cama por la noche, mira fijamente lleno de miedo, el rincón más obscuro de la habitación; imaginando monstruos escondidos en las sombras. Ninguno de estos ejemplos es Recta Concentración, la concentración que puede utilizarse para la liberación. Samadhi debe tener por núcleo un objeto que esté libre de todo deseo, de toda aversión y de toda ofuscación.
En cuanto empezamos a practicar la atención en la respiración, vemos lo difícil que resulta sostenerla ininterrumpidamente. A pesar de la firme determinación de mantener la atención fija en el objeto, se nos escabulle de una forma u otra, vemos que somos como un borracho intentando caminar en línea recta, y que sin embargo; da bandazos de un lado a otro. De hecho, estamos embriagados con nuestra propia ignorancia e ilusiones, y no hacemos más que dar bandazos del pasado al futuro, del deseo a la aversión, no podemos mantenernos en el sendero recto que es la atención continúa.
Debemos, como meditadores, ser sabios y no dejarnos deprimir o desanimar cuando nos enfrentamos a estas dificultades. Lo que tenemos que hacer es comprender que cambiar los hábitos mentales que se han ido enraizando profundamente durante años, lleva tiempo y que sólo puede conseguirse trabajando con insistencia, continuidad, paciencia y perseverancia.
La tarea consiste sencillamente en devolver la atención a la respiración tan pronto como nos demos cuenta de que se ha extraviado; si lo conseguimos, habremos dado un paso importante para enmendar los vagabundeos de la mente. A través de repetir la práctica, cada vez se retoma la atención con más presteza; los períodos de olvido se acortan gradualmente y se van prolongando los de atención sostenida, samadhi.
A medida que se fortalece la concentración, vamos sintiéndonos relajados, felices y llenos de energía. La respiración cambia poco a poco y se vuelve suave, regular, ligera y superficial; a veces parece incluso que se ha parado por completo y, de hecho, cuando la mente se calma; también se calma el cuerpo y el metabolismo se hace más lento, requierendo entonces menos oxígeno.
En esta fase, aquellos que practican la atención en la respiración, pueden tener diversas experiencias inusuales mientras están sentados con los ojos cerrados; como por ejemplo, ver luces, o tener visiones, u oír sonidos extraordinarios. Todas estas flamadas experiencias extrasensoriales, son meros indicadores de que la mente ha alcanzado un alto grado de concentración. Estos fenómenos no tienen ninguna importancia en sí mismos, y no debe prestárseles ningún atención. El objeto de la atención sigue siendo la respiración, cualquier otra cosa es una distracción.
Tampoco debemos esperar dichas experiencias, pues en unos casos suceden y en otros no; todas estas experiencias extraordinarias son simples señalamientos que indican el progreso en el camino, y que a veces están escondidos a la vista. También puede suceder que estemos tan absortos en el camino que pasemos de largo sin advertirlos. Pero si tomamos dichos señalamientos como la meta final y nos apegamos a ellos, dejaremos totalmente de progresar. Después de todo, son muchas las experiencias extrasensoriales que se puede tener. Los que practican el Dhamma no buscan esas experiencias, sino lograr la penetración en su propia naturaleza para alcanzar la liberación del sufrimiento.
Por tanto, seguimos prestando atención nada más que a la respiración. A medida que la mente aumenta el grado de concentración, la respiración se hace más sutil, y es más difícil seguirla; por lo que se requiere de un esfuerzo aún mayor para permanecer atento. De esta manera seguimos afilando la mente, agudizando la concentración; para hacer de ella una herramienta que nos permita penetrar más allá de la realidad aparente, y poder observar la realidad interior más sutil.
Hay muchas otras técnicas para desarrollar la concentración. Se puede aprender a concentrarse en una palabra a base de repetirla, o en una imagen visual, o incluso a realizar una determinada acción física una y otra vez. Haciendo todo eso, es posible absorberse en el objeto de atención, y conseguir un extasiante estado de trance; pero aunque no hay duda de que ese estado es muy agradable mientras dura, cuando termina, nos encontramos de vuelta a la vida ordinaria con los mismos problemas de antes.
Todas esas técnicas funcionan, desarrollando una capa de paz y gozo en la superficie de la mente, pero los condicionamientos permanecen intactos en lo profundo. Los objetos que se utilizan en dichas técnicas para lograr la concentración, no tienen ninguna conexión con nuestra realidad de cada momento; la beatitud o éxtasis que se obtiene está impuesta, creada intencionalmente, en vez de surgir espontáneamente de las profundidades de una mente purificada. El Recto Samadhi no puede ser una intoxicación espiritual, debe estar libre de todo artificio, de toda ilusión.
También con la enseñanza del Buda se pueden obtener diversos estados de trance -jhana- . El mismo Buda aprendió oco estados de absorción mental, antes de obtener la iluminación; y siguió practicándolos durante toda su vida. Sin embargo, los estados de trance no pudieron liberarlo por sí solos. Por ello, cuando enseñó los estados de absorción, enfatizó que su función era meramente la de servir como escalones en el desarrollo de la visión cabal.
Los meditadores no desarrollan la capacidad de concentración para experimentar estados de beatitud o éxtasis, sino para forjar la mente, y hacer de ella un instrumento con el que examinar su propia realidad; y eliminar los condicionamientos que causan su sufrimiento. Ésta es la Recta Concentración.
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