Plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo… ¿ Es ese nuestro legado a la Tierra? ¿ Qué se esconde tras esa frase? Descubre todo lo que conllevan estos tres sencillos pero muy simbólicos actos.
Desde tiempos inmemorables nos encontramos con la necesidad humana de la permanencia, de no asumir que cuando nuestro corazón deje de latir, cuando nuestro último recuerdo sea borrado de las mentes de las personas en las que dejamos algún tipo de huella desaparezca, desapareceremos también…
Necesitamos dejar nuestra huella, perpetuar nuestro linaje, que nuestro nombre permanezca, que la historia nos tenga en cuenta…
Pero ceñirnos a esta perspectiva es quedarnos en un nivel muy superfluo de la enseñanza… un nivel muy básico de lo que en realidad somos…. y además ¿ un árbol porqué?
Para esos motivos bastaría con tener un hijo ( mejor más de uno para que nuestro linaje se extienda) y hacer cualquier cosa que lleve nuestro nombre… desde una receta a un aeropuerto…
Algo más habrá, ¿no?
Podemos seguir ascendiendo y en nuestras propias características humanas nos encontramos con la necesidad de mejorar lo que nos encontramos, no sólo queremos ser recordados, queremos ser recordados por algo bonito, queremos tener la sensación, en nuestro lecho de mas allá, de que hemos hecho algo por los demás, que hemos sido buenas personas, que dejamos un mundo mejor para nuestros descendientes.
Aquí el árbol si encaja, queremos un planeta habitable para los que se quedan, para los que están por llegar…
Pero en mi opinión, seguimos hablando desde los niveles del Ego, desde el paradigma de separación y de existencia caduca.
Podemos subir un poco más, podemos subir al nivel del alma.
Al nivel del alma que es consciente del maravilloso regalo que es la breve existencia en este planeta, al nivel del alma que vive acorde con las leyes universales del equilibrio, de la gratitud, de la unidad…
Al nivel del alma, que en su evolución, sabe que es cocreadora de la evolución del propio planeta, que asume su labor de devolver todo lo recibido, con amor, con sentido, con responsabilidad.
Lo primero que recibimos cuando llegamos a este mundo es un cuerpo, un maravilloso cuerpo desde el que vivenciar, evolucionar, viver, trascender…
Sin él nada de todo esto sería posible, ese es el mayor regalo que recibimos…
Tener un hijo, más allá de perpetuar nuestro código genético, más allá de nuestra permanencia en su corazón, es crear un cuerpo para que otro alma pueda habitarlo, para que otro alma pueda venir a evolucionar, a hacer que el planeta evolucione.
Es regalarle a la existencia la posibilidad de la continuación, más allá, mucho más allá de nuestro ego.
Pero recibimos algo más para que la experiencia sea posible, recibimos la nutrición, recibimos la respiración…
Sin árboles no hay vida, así de rotundo.
Los árboles, la madre naturaleza de este increíble planeta que nos acoge, son aliados imprescindibles en nuestra estancia.
Nos proporcionan el oxígeno vital, redistribuyen y purifican la energía, nos ofrecen alimento, mantienen la temperatura del planeta, elevan la vibración del planeta.
Ningún animal atenta contra el medio ambiente, nosotros tenemos la responsabilidad no solo de mantenerlo, sino de cuidarlo, venerarlo y ayudar a que cumpla con su función de vida.
Es desde esta perspectiva desde la que verdaderamente toma sentido la sentencia: Plantar un árbol.
Pero hay algo más que recibimos cuando encarnamos como humanos, algo único y maravilloso, el conocimiento, la razón, la capacidad para pensar, discernir… sin él nuestra alma no podría evolucionar, viviríamos presos de nuestros intuicións, no habría evolución, sólo continuidad.
Un gran don conlleva inevitablemente una gran responsabilidad…
Tenemos el don de EL CONOCIMIENTO, y la responsabilidad de TRANSMITIRLO.
Han sido los libros los que han recogido a lo largo de la historia ese legado, de personas que quisieron saber, que se preguntaron cosas, que encontraron sus respuestas, que quisieron regalárselas a la humanidad para ir aumentando la sabiduría colectiva.
Personas que no se conformaron con saber sino que quisieron ofrecerle al mundo sus conclusiones.
Y por generaciones nos nutrimos de ellos generando nuestro propio conocimiento, añadiendo nuestra propia experiencia, creciendo, evolucionando…
Escribir un libro, escribir un post, dar conferencias, contribuir con nuestras palabras, con nuestro propio aprendizaje al saber colectivo…
Y aunque el verbo, la palabra, el «logos» sea la herramienta más poderosa con la que contamos como humanos, no es la única.
Vamos a recurrir a lo escrito en un libro, el más leído, el más traducido…
“En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.”
Si el verbo ( la palabra) es lo divino, y lo divino lo es todo, si nosotros somos divinos, nosotros somos verbo.
Nuestra propia vida, nuestros propios actos…. Somos Verbo. Todas nuestras creaciones lo son.
Así no es necesario escribir un libro para cumplir con la responsabilidad de transmitir el conocimiento recibido, puedes realizar un documental, dibujar un cómic, enseñar jardinería, educar a tus hijos en el respeto a nuestros dones y en la responsabilidad que conlleva, llevar una vida ejemplar…
Escribir un libro, plantar un árbol, tener un hijo… devolver las maravillas recibidas…
MUY BUENO
José Manuel Ruiz Muñoz
Gracias por tus palabras.