Si nos asumiéramos más allá de como aprendices desaparecerían la culpa que tanto daño nos hace y el culpable, que se convierte en el objeto de nuestro re-sentimiento.
Si por un momento pudiéramos imaginar esta experiencia de vida como una escuela, con alumnos cursando los distintos grados, si pudiéramos ver toda experiencia como una oportunidad para acertar o equivocarnos y de esa manera aprender cada día, con cada una de ellas. Si pudiéramos ver a todas las personas que encontramos a nuestro paso como las facilitadoras de ese aprendizaje, revelándonos nuestras limitaciones, lo que no comprendemos, lo que no aceptamos, dejaríamos de ver entonces en cada situación difícil algo bueno o malo, para verlo simplemente como algo necesario, necesario para nuestro aprendizaje.
Y, ¿qué estaríamos aprendiendo en esta escuela?, ¿Y si nuestro curso consistiera en aprender a mantener nuestra paz interna independientemente de cualquier circunstancia, al mismo tiempo que pudiéramos mantener el respeto a todos los seres?, paz entendida como ausencia de resistencia hacia la vida, hacia el trabajo, hacia el lugar en el que vivimos o en el que trabajamos, hacia los otros y sus diferencias con nosotros. Un estado interior así no genera fricciones, no nos desgasta en intentar cambiar lo que está afuera de nosotros, evita la generación constante de sensaciones y emociones negativas, es un estado de no sufrimiento, por tanto, de felicidad.
¿Cómo serían el mundo y la vida vistos así?, ¿cambiaría en algo nuestro juicio o nuestra queja ante los hechos o las personas que no comprendemos?, ¿Podríamos decir que alguien es peor que nosotros?, o ¿podríamos considerar que simplemente está en un «curso» inferior y que su aprendizaje sólo depende de él?
Podría dejar de culpar a los otros y a lo otro de lo que me pasa, cuando comprendiera que mis sentimientos son sólo míos, que responden a mis propias creencias, juicios, o traumas y por lo tanto son generados sólo desde mi interior y no desde lo que «me hacen», me dejan de hacer, me dicen o me dejan de decir. Un hecho puede ser visto de muchas maneras y la manera en que yo logre verlo, determinará el que me sienta mal o bien ante él. Nunca nadie me ha ofendido, yo me siento ofendido.
Si yo asumiera la responsabilidad de lo que pasa en mi mente y me diera cuenta de que mis sentimientos responden a ello, podría ocuparme de algo mejor que buscar un culpable, podría construir a través del hecho preguntándome ¿qué puedo aprender yo de esta experiencia?, ¿qué puedo aprender yo de lo que siento ante esta persona?, ¿qué es lo que no estoy aceptando o comprendiendo?, ¿cómo podría hacerlo mejor la próxima vez?
Ocupándonos de nosotros, empezaríamos a asumir nuestros sentimientos, nuestros pensamientos y nuestros actos como generadores de experiencias externas correspondientes con lo que requieremos para conseguir la felicidad y la paz como estados cada vez más estables y permanentes en nuestro interior y no ya como deseos de perfección de lo exterior.
Si nos asumiéramos como aprendices desaparecerían la culpa que tanto daño nos hace y el culpable, que se convierte en el objeto de nuestro re-sentimiento. Resentir es revivir y repetir una y otra vez todos los sentimientos negativos que nos evoca la presencia o el simple recuerdo del acusado y si tenemos en cuenta que el cerebro no distingue lo que está pasando en la realidad de lo que estamos trayendo a la imaginación, cada vez que lo recordamos se desencadenan en nuestro organismo respuestas fisiológicas de estrés, que alteran nuestros sistemas de homeostasis o equilibrio y que tienen repercusiones a nivel hormonal, inmunológico, neural. Así pues, el resentimiento es el veneno que uno se toma una y otra vez, para que el otro «se muera».
Perdonar entonces, como experiencia interna, no sería necesario. Si no hay culpa, no hay a quien perdonar. Pedir perdón, como un acto externo, hacia un ser que estuviera en «cursos» inferiores y por tanto, no comprendiera que él es el único responsable de sus sentimientos, y se sintiera mal por algo que hicimos, dijimos, dejamos de hacer o decir, sería una herramienta necesaria para calmar su ego, y restablecer las relaciones además de una forma de mostrar respeto a lo que cree y siente. Podría entonces hacerse como un acto de conciencia en el que reconozco el error, si lo hubiera, y me comprometo a no volver a cometerlo.
Los alumnos de «cursos» superiores, con un mayor nivel de comprensión, podrían aún más, valorar la experiencia y agradecer al «personaje» que les ha permitido trabajar en sus propias limitaciones que le impiden aún, amar y respetar a todos los seres en pensamiento, palabra y obra, y si están en un mayor nivel, bendecir y desearle siempre lo mejor.
«Después de todo, amar a quien nos trata bien y nos respeta o a quien admiramos es muy fácil, la verdadera maestría está en poder amar a los que nos cuesta».
María del Pilar Salazar Catao
Hay que perdonar, y meter en un saco, todos los pensamientos que te puedan traer malos recuerdos, y tirarlo al mar para que se pierda en la inmensidad de los oceanos, y seguir viviendo conscientemente el Ahora
Hhay cosas imperdonables e injustificables….llega
Superb!
Amen yo. Comparto. La. Palabra. D. Jesucristo. Todo. Poderoso
Varias veces practicarlo a lo largo de nuedtra vida.?