¿POR QUÉ SUFRIMOS? Decía Buda: “el dolor es necesario, el sufrimiento es opcional».
El dolor es un estado que nos invade cuando nos sentimos perjudicados física o emocionalmente, ante alguna situación desagradable, algún problema, alguna pérdida importante, algún cambio que juzgamos como negativo (separación, pérdida de un trabajo). El dolor es necesario porque nos ayuda a crecer, a desarrollarnos como personas, a crecer, a cambiar nuestro orden de prioridades y a valorar lo que la vida nos ofrece. Desgraciadamente, somos seres que aprendemos por opuestos, es decir: no llegamos a valorar las cosas buenas que tenemos en la vida hasta que de alguna manera las perdemos o hemos de renunciar a ellas forzosamente.
El sufrimiento, sin embargo, es anclarnos al dolor de forma permanente, dejarnos arrastrar por el dolor más tiempo del necesario, consciente o inconscientemente, y normalmente proviene de la no aceptación: no aceptamos lo que nos ha tocado vivir, no lo integramos, no lo dejamos ser, y por lo tanto, no incorporamos el aprendizaje que nos proporciona. Es decir, no vemos más allá del dolor inicial que nos ha causado esta situación y la convertimos en un problema vital que nos impide ver la oportunidad de crecimiento y expansión que trae implícita, pues toda moneda tiene su cara y su cruz, y siempre hay un regalo detrás de cada época.
Ante las diversas situaciones, personas, experiencias que la vida nos pone delante, nuestro ego o personalidad suele hacer dos columnas y colocar a un lado aquellas que considera negativas y, en el otro, las que considera positivas. Esto es una invención mental. Una interpretación parcial de la realidad. No estamos viviendo, pues, la realidad sino, más bien, nuestra interpretación de la realidad. Cada cosa que nos toca vivir tiene, en sí misma, estas dos vertientes. Es cómo sesgar la realidad en base a nuestras percepciones, pues no hay luz sin oscuridad, y negar esto, es negar la vida misma.
Todo sufrimiento esconde detrás un miedo. Como ya expliqué en el post Del miedo al amor, los miedos no son reales, son creaciones mentales basadas en creencias, pensamientos o ideas del pasado que se proyectan en el futuro. Juzgamos situaciones, personas o hechos en base a nuestras percepciones personales, basadas en la interpretación de la realidad que hace nuestra mente. Y siempre estamos interpretando. Siempre. Por eso, ante una misma situación siempre habrá tantas versiones de la misma como personas hayan estado presente.
Hasta que no empezamos a tomar conciencia de cuáles son los sistemas de creencias que hemos ido adquiriendo a lo largo de los años y comenzamos a desaprender, a cambiar estos patrones, mucho de nuestro sufrimiento se perpetúa.
Los miedos esconden siempre una falta de amor y de confianza en la vida y/o en nosotros mismos. Un rechazo de lo que nos está pasando y/o una negación de nuestra capacidad personal de superación. En vez de aceptar y fluir con la vida que se manifiesta a través nuestro, como seres vivos, y en concreto, como seres humanos, y confiar en ella, nos resistimos, juzgamos y etiquetamos lo que nos ocurre como bueno o malo, juzgamos a las personas que nos rodean como buenas o malas. El mundo es dual porque nuestra mente egóica es dual y estamos dominados por ella, casi sin darnos cuenta.
Todas las situaciones que nos toca vivir, aunque en un principio nos parezcan negativas (como una enfermedad grave o la mas allá de un familiar cercano), esconden un regalo: la posibilidad de desarrollarnos. La posibilidad de conocernos más y mejor, de descubrir partes de nosotros que no conocíamos, de llegar a ser la mejor versión de nosotros mismos y recordar lo que realmente somos y a qué hemos venido a este mundo. Recordar que somos amor y que estamos aquí para superar nuestros miedos y aprender a amar.
0 comentarios