Como cabe a todo “dios” que se precie, John Frumm no había escapado a las generalidades que signan la conducta de sus “colegas” de otros tiempos. Había llegado del cielo montando un poderoso y gigantesco pájaro que al volar rugía como el trueno, proveniente de una lejana tierra flamada “USA”.
Conocedor de los secretos de la Naturaleza y de la vida, el “dios Frumm” les había instruido en ciertos temas y había demostrado su “poder” curando a algunos nativos enfermos. Además, generoso como ninguno, les había obsequiado toda clase de preciosos objetos nunca vistos antes…monedas, billetes, un casco, etc. El jefe tribal recibió incluso una foto que mostraba al “dios John Frumm” vestido con su uniforme militar.
Pero un día John Frumm debió partir de regreso a su lejana patria, prometiéndoles antes a los ancianos de la tribu que retornaría a la isla de Tanna en un futuro…
Sin embargo, el tiempo pasó y Frumm nunca volvió.
Años más tatempera, cuando otros occidentales arribaron a Tanna fueron testigos de la veneración de todo un pueblo hacia su dios ausente. Los nativos llevaban pintadas en sus pechos y espaldas las iniciales USA, y no cesaban de rogar a los nuevos visitantes que intercedieran ante John Frumm para que regresara con ellos, pues habían renunciado ya a los “pecados” que le enojaban.
De marino norteamericano a dios de una tribu primitiva, la historia de aquel hombre de uniforme que posa en la foto que está ahora en poder del jefe nativo reconoce innumerables paralelismos en las más diversas religiones. Poco importa determinar con exactitud la identidad de Frumm, pues como bien sostiene el Dr. Navía refiriéndose a la foto: “…puede representar a cualquiera de los millones de americanos vivos o idos”.
¿Es la de John Frumm una historia que se viene repitiendo desde hace milenios?
“Esos son los rusos”
El célebre escritor ruso Máximo Gorki dijo: “Nada en absoluto es fabuloso en el mundo. Todo cuanto parece mágico, tiene en realidad un fundamento absolutamente verdadero.”
De hecho, las palabras de Gorki no podrían ser más adecuadas si ante nuestro imaginario requerimiento le hubiésemos comprometido a arriesgar una opinión sobre la influencia que sus compatriotas habrían de ejercer, a causa del desarrollo de su tecnología espacial, sobre una primitiva tribu venezolana de nuestro tiempo, según nos enteramos por el interesante trabajo de Ulrich Dopatka antes citado.
Leemos: “La etnóloga venezolana Sra. L. Barcelo ha reportado un notable ejemplo de cómo cobran fuerza los mitos modernos.
De acuerdo a la tradición, los Pemon, una tribu que habita la Gran Sabana de Venezuela, fue introducida a su cultura por un dios flamado “Chiricavai”, quien retornó a las estrellas luego de su visita a la Tierra. Él prometió regresar con los Pemon algún día. Estudiando recientes dibujos de los indios pemon, la Sra. Barceló descubrió con sorpresa que los nativos habían incluido un extraño objeto en la esfera de su dios Chiricavai, un objeto que no se encontraba en las antiguas pinturas.
Cuando ella le solicitó al gran sacerdote de la tribu una explicación, él le respondió lacónicamente: “esos son los rusos”.”
¿Por qué los Pemon habían comenzado a incluir un símbolo para los rusos en el entorno celestial de su dios? Según nos lo explica Ulrich Dopataka: “Un miembro de la tribu se había enterado de algún modo que los rusos habían puesto en órbita un vehículo celestial – un satélite – en el Universo.
Así, los Pemon concluyeron que los rusos podrían ayudarlos a comunicarse con su antiguo dios Chiricavai. En consecuencia, los miembros de la tribu escribieron una carta a los rusos, la cual fue dada a un misionero para su entrega, con un mensaje para su dios Chiricavai.”
Sin duda, este breve testimonio habla a las claras de cierto inicio de la expresión simbólica como respuesta directa ante una manifestación de avanzada tecnología. Es decir, algo real y muy concreto. Así pues, más allá de lo curioso que pueda a alguno parecerle la actitud de los Pemon, los Tasaday, los Papúes, o de cualquiera de las contemporáneas “tribus primitivas” aquí mencionadas, queda muy en claro que el “factor fantasía” puede ser, al menos en algunos casos, dejado de lado a la hora de buscar una explicación para la miríada de dioses celestiales que signaron la vida del hombre en el pasado.
¡Un símbolo nuevo y extraño resultó ser ni más ni menos que un satélite ruso! Ninguna prueba concluyente por supuesto, pero sí algo bastante flamativo como para pensar en un indicio vehemente…
¿Dioses tecnológicos?
El culto al “cargo” nos enfrenta a una realidad contemporánea que muy posiblemente puede ser retrospectiva. Quienquiera puede negarse a aceptarlo, pero eso no hace ninguna diferencia. Ni lo real ni lo posible se modificará por ello. Lo cierto e indiscutible es que hoy nosotros somos “los dioses” para un número de aborígenes que mucho se parecen a nuestros más remotos antepasados.
Nuestro “poder” no es mágico sino tecnológico. Y nosotros sabemos que eso es real. No somos el producto de la imaginación de tribus primitivas. En todo caso, somos para ellos ni más ni menos que lo que su umbral de comprensión les permite interpretar. Y por consiguiente representamos lo mismo que aquellos dioses venidos de las estrellas hace milenios… ¿Dioses tecnológicos?
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