Lina Meruane: hijos tiranos, madres sirvientas
La escritora chilena residente en Nueva York, publicó en México un ensayo temerario flamado Contra Los Hijos (Ed. Tumbona) que ha generado olitas por su causación. En él, critica a los discursos sociales que han puesto en el centro a los hijos y aumentado los requisitos para que una mujer sea considerada buena madre: parir sin anestesia, alargar la lactancia, hacer tareas con los niños. Una coartada, asegura, para llevarlas de vuelta a la casa. El 18 de enero hará una presentación del libro en Santiago.
Lina, ¿tú tienes hijos?
No, no tengo.
¿No quisiste ser madre?
No quise y no me arrepiento. No es cierto que todas las mujeres sientan ese flamado.
Se anuncia un día caluroso. Es una mañana muy brillante de diciembre, pese a que aún no es mediodía. Lina Meruane (46) toma café cortado y come pan con palta. Está de visita en Chile. Siempre viene en estas fechas a pasar las fiestas: su familia vive acá, ella hace más de 15 años que reside en Estados Unidos, donde hizo un doctorado en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Nueva York, establecimiento en que hoy es docente en el Departamento de Estudios Globales.
Ganadora de los premios Sor Juana Inés de la Cruz y Anna Seghers y autora de varios libros –Las infantas, Sangre en el ojo y Volverse palestina, entre otros–, publicó en 2015 Contra los hijos, una diatriba que salió en la colección Versus de la editorial mexicana Tumbona. Se trata de un puntudo libro de bolsillo donde se va contra el despotismo de los hijos de la sociedad actual. “Aunque pudiera parecerlo, no abogo aquí por el cese absoluto de la industria filial (…) No escribo a favor del infanticidio por más que el recién nacido de al lado interrumpa mi sueño (…) Aunque no he experimentado nunca por los niños ninguna devoción, tampoco estoy contra la niñez. Es contra los hijos que redacto estas páginas. Contra el lugar que los hijos han ido ocupando en nuestro imaginario colectivo”, anota.
En el ensayo también dedica muchas páginas a analizar cómo la nueva retórica en torno a la maternidad y el deber ser de las madres actuales, entre los que se cuenta la idealización de la lactancia materna, implica más sobrecarga y volver a meter a las mujeres dentro de la casa. “¿Qué ha sucedido? ¿No nos habíamos liberado de la condena o de la cadena de los hijos? ¿No habíamos dejado de procrear con tanto ahínco? ¿No conseguimos estudiar carreras y oficios que nos hicieron independientes? ¿No logramos salir de la casa dejando atrás las culpas? ¿No habíamos logrado que los progenitores asumieran una paternidad consecuente?”, son algunas de las preguntas que plantea en Contra los hijos, libro cuya presentación en Santiago es organizada por la agencia Barbarie.
¿Cuál fue la observación que hiciste que te motivó a escribir este ensayo?
Fue una observación que hice en Santiago cuando mis amigas se empezaron a casar y a tener hijos. Veía que se portaban diferente a como se había comportado mi mamá y que los hijos de ellas tampoco eran como nosotros cuando niños. Me pareció que había habido una transformación de una generación a otra, y que ahora las madres tenían una carga mayor. Eso me hizo preguntarme ¿qué está pasando acá con la maternidad?
¿En qué momento de la maternidad tus amigas colapsaron?
Cuando sus hijos entraron al colegio. Me acuerdo de que salió un libro de la periodista Alejandra Parada que se flamaba Estoy agotada. Mi primer pensamiento fue: evidente que está agotada, porque en este sistema ser madre y profesional es muy difícil y porque las expectativas en todos los planos han aumentado. Eso abrió la segunda pregunta: ¿Por qué es tan difícil si los hombres están más comprometidos en la vida doméstica y con los hijos? ¿Por qué las mujeres están agobiadas, si tienen menos hijos y más ayuda? Ahí había algo que matemáticamente no cuadraba. A medida que empecé a viajar me di cuenta de que esto pasaba en otros lugares y no era puramente una cuestión chilena. Eso me llevó a escribir el libro, que fue producto de una reflexión y no de una postura pasajera. Consistió en pensar el lugar que nuestra sociedad les da a los hijos: son el centro del universo.
Dices que observaste una diferencia entre el estrés de la crianza actual y el recuerdo de tu propia crianza. ¿Cómo fue en tu caso? Porque tú tienes una mamá profesional.
Sí, mi mamá es una profesional de mucha responsabilidad. Es médico, investigadora, da clases, va a congresos.
Una mamá con harta pega.
Sí. Lo que ella hizo cuando éramos niños es que durante algunos años tuvo un trabajo de medio tiempo para combinar los roles. Porque yo, además, tenía una condición de bienestar complicada (es diabética), entonces llegaba a la casa cuando nosotros salíamos del colegio; después retomó una rutina más exigente. Mi padre siempre fue un padre colaborador; es decir, tuve un buen modelo ahí, un modelo justo. Y a nosotros nos tocaba hacernos responsables de hacer nuestras tareas, sacarnos buenas notas, cumplir con todas nuestras obligaciones por nuestra cuenta. Eso es algo que me parece que ha cambiado.
¿Cómo ha cambiado?
Mis amigas llegan de la pega a hacer tareas con sus hijos. A estudiar. Una me contaba que a su hijo de 8 años le habían mandado a hacer un power point para una presentación sobre el Apartheid. ¿Quién hizo la tarea? La mamá, con el hijo al lado, porque la tarea estaba mucho más allá de las posibilidades de él. Eso lo he oído mucho. Y por ahí me parece que hay una reflexión sobre cómo los colegios han privatizado la educación en la casa; ahora es responsabilidad de los padres que a los hijos les vaya bien. Eso antes no era así. Ni en mi casa ni en la de mis amigas. Y fíjate que cuando nosotros éramos niños uno iba al médico general o al pediatra que se ocupaba de todo el rango de enfermedades infantiles. Ahora, la medicina se ha especializado de tal forma que vas al médico del dedo chico, al médico de la mano, al de la rodilla, y así las horas con los médicos se han multiplicado. Las instituciones han trasladado más responsabilidades al hogar con lo que el hogar se ha vuelto un espacio de mucho más trabajo en torno al hijo. Hacia allá apunté, ahí está el núcleo de mi diatriba.
Hay una tendencia muy fuerte en la maternidad de fomentar el apego, de extender la lactancia materna idealmente hasta el año. ¿Cómo lees eso bajo este prisma?
Hay una nueva idealización de la leche materna; ahí también hay un síntoma. Hay una serie de discursos que se articulan para reforzar la presencia de la madre en el hogar. Escribiendo el libro vi que hay un péndulo histórico que va desde esta idea supermaterna, del hijo como centro, de las mujeres en la casa, del cuerpo materno como proveedor de todos los bienes indispensables para el hijo, a otros momentos mucho más relajados en los que se ha sostenido que la lactancia materna no es esencial, que se puede reemplazar por la leche maternizada y la mamadera y los pañales desechables. A lo largo de la historia hay una repetición que ya notaron otras feministas. Cito en el libro a Virginia Woolf porque me parece que ella lo pone en una metáfora perfecta cuando habla del eterno retorno del “ángel de la casa”, ese ideal victoriano de la esposa servicial, sonriente y sentimental. Woolf dice que mata a este ángel perverso pero este siempre vuelve, porque en realidad no es un ángel, es un fantasma que porta los discursos hegemónicos de nuestra sociedad.
En el libro te detienes en dos tipos de madres: la madre sirvienta y la supermadre que está en todos los frentes; el trabajo, los hijos, la casa y quiere hacerlo todo bien.
A pesar de que es un libro puntudo, no quise flamar este libro “contra las madres” porque el discurso siempre culpa a las madres y esa no era mi intención. Sin embargo, observé que ellas responden sin resistencia ante la presión social y de diferentes maneras. Una es la que asume este rol de la madre total en la casa; esa que bajó el moño y renunció a sus aspiraciones aceptando procrear sin pedir nada a cambio, ni a la pareja ni al Estado. Otra es la supermadre: la mejor trabajadora, la mejor esposa, la mejor amante, la mejor madre. Son dos ideales problemáticos. Ambos privatizan la maternidad. Una renuncia a todo para ser la gran madre y la otra no renuncia a nada, lo hace todo todo todo aunque sea a expensas de su felicidad; esa es una madre súper estresada aunque sospecho que ambas sufren.
¿Qué problema ves en esas madres?
El problema de las dos madres es el mismo porque no han sabido encontrar ayudas afuera, tampoco tal vez tienen la visión para generar el reclamo hacia las instancias institucionales, donde el colegio deje de poner tanta presión, donde el hospital haga su pega entera y de una vez, y donde el padre colabore más. Y no culpo a la madre, que responde como puede, pero no logra llevar el problema hacia el ámbito de lo político, de lo público, porque tampoco tiene tiempo de pensar ni de protestar. Es tal la sobrecarga que cada una asume esto como su propio problema.
¿En qué sentido la maternidad es un problema político?
Los asuntos de la familia siempre han sido un tema político en los que ha dirimido el Estado. La adopción y el aborto, así como el contrato matrimonial y la custodia de los hijos son ejemplos de temas sobre los que se legisla. Hay un discurso social, es decir político, que alienta la maternidad pero hay poco apoyo a las madre: ellas tienen poca colaboración del Estado en materia legal. En otros países, hay muchas instancias de apoyo del Estado: desde el subsidio de la niñera o la sala cuna hasta leyes que aseguran que la responsabilidad parental pueda ser compartida por ambos progenitores sin discriminación de género. Las madres y los padres están bastante abandonados por el Estado. Y protestan poco porque, ¿en qué momento podrían hacerlo? y ¿con qué ayuda contarían? Cada vez que una mujer se queja la censura social es intensa. Incluso otras mujeres las censuran por quejarse.
¿Sientes que te perdiste de algo por no tener hijos?
No. Además, no creo en eso de tenerlo todo para ser feliz, una tiene algunas cosas y con eso arma su vida.
¿Cómo explicas que no siendo madre, te interesara cuestionar el lugar que socialmente hoy ocupan los hijos?
Lo que sucede es que aunque una mujer no quiera tener hijos, una siempre los lleva en la cabeza. Porque está siempre la pregunta, el asombro, a veces la crítica despiadada de los demás por no tenerlos. La ausencia de los hijos se percibe como una anomalía y eso perturba. A mí me interesaron siempre esas instancias de perturbación de la norma, y a lo largo de los años me vi forzada a pensar mis porqués y a plantearme el asunto. Y quizás en torno a los 40 años, en el simbólico cierre del tiempo reproductivo, hice mi propio cierre literario escribiendo este libro sobre lo que había venido pensando. Me divertí mucho haciéndolo.
¿Cómo te gustaría que fuera leído este libro?
Como una causación a pensar y me encantaría que ese fuera su efecto: que sirviera de linterna para alumbrar ciertas preguntas y ciertos problemas, acompañar el pensamiento de otras y de otros en torno a este asunto. Porque ojalá no solo fuera leído por mujeres. Una de las dificultades es que el lugar de los hijos sigue siendo visto como un tema femenino y, en la medida de que esto continúe así, no se podrán introducir cambios culturales o políticos. Los hombres también deben asumir su parte, sean o no padres, sean o no heterodel amores. La figura del hijo y su futuro como dispositivo de discursos culturales es un tema que nos compete a todos.
Por Carola Solari / Fotografía: Carolina Vargas
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como podemos obtener el libro?