Pasión dominante: Lujuria
El Ocho pertenece a la tríada visceral del eneagrama, donde hay una identificación con la energía del estómago, del impulso.
La rabia juega un papel fundamental, pues ésta no sólo es asumida, sino que le permite desenvolverse a sus anchas por el mundo.
Esta rabia le permite trabajar por el poder, posicionarse ante los demás y marcar su espacio en todo aquello que le rodea, incluidas las personas.
De hecho, desde el eneagrama se entiende la lujuria como un movimiento expansivo del ego, una tendencia a marcar un territorio propio más allá de las fronteras de uno mismo.
A través de esta rabia en forma de agresividad, el Desafiador arrasa allá por donde va, arremetiendo contra todo lo que se interponga en su camino.
Debido a que ha interiorizado a lo largo de su vida que nadie le va a dar nada, él tiene que ir al encuentro de todo, desde una actitud arrolladora y vengativa donde no hay lugar a concesiones.
El mundo es representado como un campo de batalla donde no hay cabida para los débiles. Impera la ley del más fuerte. Esto conlleva desterrar la ternura, el cariño o cualquier emoción que le haga sentirse vulnerable.
Los otros son considerados como enemigos potenciales. Por ello mismo, el Desafiador es poco receptivo a dejarse querer, pues siempre desconfía de las buenas intenciones de los demás.
Proyecta en los demás su propia actitud ofensiva, de tal forma que suele ver a su alrededor lobos vestidos con piel de cordero.
Sin embargo, cuando consigue establecer un vínculo íntimo con la pareja o con otras personas, hay un cambio de actitud y el individuo en cuestión pasa ser considerado de su propiedad.
En estas situaciones, el Ocho es muy leal y tiende a proteger al débil de los demás. Hace de su entorno una piña donde él lidera al grupo, gracias a su fuerte determinación, su actitud decidida y la capacidad de manipulación.
Posee fuerza de voluntad y un carisma especial que hace que los demás le sigan. Es un líder natural, un gran empresario y visionario. Quiere dejar su huella allá donde pisa.
Quien se gana su respeto y entra por el aro de sus condiciones, se siente seguro y protegido. Sin embargo, infunde a la vez una potente aura de miedo. No suele requierer expresar lo que piensa; una simple mirada a los ojos puede causar temor en el otro.
Tiende a imponer su voluntad allá por donde pasa y no consiente que los demás dicten las reglas. Vive la rebeldía como una forma de proclamarse por encima de cualquier persona o institución.
En este eneatipo, la conducta impulsiva es interiorizada o vivida como una necesidad. Por ello mismo hay una búsqueda de la intensidad, que le lleva a sobrepasar los límites de la prudencia y asumir una vida llena de riesgos y desafíos.
Para que esto sea posible, hay una desconexión con el miedo y una falta de control sobre los impulsos. Esta manera de “actuar sin pensar” le hace llevar un estilo de vida temerario, donde no hay miedo a las consecuencias.
Al igual que el eneatipo Siete, el Desafiador busca la intensidad de los estímulos, aunque dicha búsqueda parte de la necesidad visceral de vivir el reto, de asomarse al precipicio y sentirse vivo, aunque para ello pueda llegar a jugarse incluso la vida.
Es más, el Ocho requiere vivir el bienestar transgrediendo los límites, utilizando incluso a los demás para su propia satisfacción. Se podría dilucidar que, bajo este hedonismo, se esconde una tendencia viciosa hacia la trabaja y el dolor agradable.
Precisamente por esto, no es raro observarle practicar deportes extremos (caída libre, carreras de coches, boxeo…) o actividades inbienestarables (juergas llevadas al límite, excesos con las drogas o prácticas del amores compulsivas y poco ortodoxas).
En todas estas prácticas, el elemento común es la expresión de la agresividad a través del sometimiento de los demás o de la descarga de adrenalina a altos niveles, pero siempre desde la premisa de sentir su propio vigor.
Fijación
Como en cualquier eneatipo, la pasión correspondiente se sostiene en el ser humano gracias en parte a los mecanismos de fijación mental. En el caso del Ocho, la lujuria se mantiene debido a la necesidad de dominio sobre los demás.
El Desafiador defiende una actitud fuerte y enérgica ante la vida, despreciando cualquier signo de debilidad o vulnerabilidad en el ser humano.
De hecho, puede hacer uso de la humillación ajena para hacer destacar su propia fuerza y dominio sobre el entorno.
Mientras que procura someter a los demás para demostrar su superioridad y su fuerza, a las personas más cercana las tiene atadas en corto, llenando la relación de expectativas y reglas que el otro debe complementar.
Es el prototipo de macho (o hembra) alfa de la manada. Se sitúa en la cúspide de la jerarquía y, por debajo de él, se articula el resto de la pirámide; todos subordinados bajo su poder.
Los grandes líderes mafiosos o la imagen del patriarca gitano representan claros ejemplos de posiciones que suele ostentar este eneatipo, roles de gran envergadura en los que, con una pequeña decisión, puede cambiar la vida de muchas personas.
Para mostrar su fortaleza e invulnerabilidad, se suele desentender de cualquier guía u orientación externa que pudiera ayudarle a encarrilar su vida. De hecho, es difícil por ejemplo encontrar a un Ocho en terapia o confesándose ante un sacerdote.
A menudo vive al margen de ley, ya que acatar las normas implica un acto de sumisión, una debilidad.
Si la vida se entendiera como un tablero de ajedrez, sus aliados pasan a ser las fichas que él maneja según sus intereses. Las relaciones personales están marcadas por sus propias reglas que los demás deben complementar.
Establece con sus seres cercanos relaciones de posesividad e intensidad. Por ello mismo, sus parejas tienden a ser sumisas y manipulables.
Posible creencias propias de este eneatipo serían:
¡Quién la hace, la paga!
La vida es para vivirla al límite.
En el mundo como en la selva: sólo sobrevive el más fuerte.
A mi lado no tienes que temer.
¡Atrévete conmigo!
Miedo básico
El temor a ser invadido, sometido o a ser dependiente de los demás es lo que da forma a la estructura de carácter de este eneatipo.
El Ocho no soporta sentir que alguien pudiera tener más poder que él. Esto se refleja en los diferentes ámbitos de su vida y, al igual que el eneatipo Tres, consigue resaltar sobre el resto.
Sin embargo, mientras que el Tres busca la valoración externa a través de su esfuerzo, el Ocho simplemente requiere sentir que tiene el dominio sobre los demás en los diferentes ámbitos: social, económico, físico, del amor…
Esta sensación de poder mitiga su miedo básico. El temor a ser doblegado por el otro, por el rival, le hace llevar una vida de sometimiento, en la que prefiere atacar antes de preguntar.
De alguna forma, el Desafiador no va a consentir exponerse a que le hieran o le humillen bajo ningún concepto. En definitiva, su principal miedo reside en sentirse débil.
Mecanismo de defensa
La negación es el mecanismo básico de defensa del Ocho, entendida como un rechazo de las propias necesidades afectivas y del dolor, así como de la capacidad de conectar con las emociones ajenas.
Debido a lo doloroso que podría resultar tomar conciencia de las consecuencias de sus propios actos, el Desafiador niega sus capacidades empáticas. De esta forma, la desinhibición es permitida.
No hay un juicio moral que lo domine: si requiere algo, va a por ello. De nada sirve dar explicaciones o justificarse pues, de alguna manera, todo es válido cuando se trata de vivir ese hedonismo extremo que le hace sentir vivo.
Asimismo, para poder sostener este estilo de vida, el Ocho destierra toda sensación de culpa o remordimiento, anestesiando su corazón de las capacidades empáticas y compasivas.
Este mecanismo de negación es lo que le permite adoptar una postura de insensibilidad y temeridad exacerbada. De esta forma, si no demuestra su vulnerabilidad, mantiene a raya a todos los demás y, por lo tanto, la posibilidad de que le hagan daño.
La negación del dolor sólo puede ser mantenida a través de una conducta visceral e irresponsable, con tendencia al riesgo, de tal manera que “el que nada teme, nada le afecta”.
Infancia
El origen de la lujuria, como pasión que gobierna a este eneatipo, se puede remontar a una frustración intensa producida en la infancia, donde el niño recibió una fuerte decepción o lo que pudiera ser vivido como una traición.
El dolor derivado de esta experiencia temprana en la vida le llevó a desarrollar una intensa sensación de injusticia, que finalmente se traduce en agresividad.
Es aquí donde se marca la identificación con el centro visceral. El paso del Ocho por el mundo es de carácter reactivo, lo cual quiere decir que su comportamiento es fuertemente condicionado por los impulsos.
La frustración y el daño recibido causa en el niño la reacción de ponerse una armadura de sadismo y venganza. La única manera de no volver a pasar por tal dolor vivido en su infancia es eliminar cualquier sospecha de amenaza externa.
Por lo general, el Desafiador llegó a sentir que no podía confiar en el padre. Esto provocó un fuerte desarraigo y menosprecio hacia la autoridad, así como la necesidad de abrirse camino por sí mismo en la vida, a su forma.
Ya en el niño Ocho se pueden observar conductas claramente agresivas o incluso de vejación hacia los demás. La necesidad de fortalecerse desde una edad temprana le ayuda a ocultar su profunda perjudicada, nacida de su tierna y temprana vulnerabilidad.
Desde pequeño, la carencia amorosa y el dolor emocional son sustituidos por una conducta arrolladora, decidida y compulsiva hacia el bienestar extremo e inmediato.
Sexualidad
Lo que alimenta la viveza del acto del amor es incentivar su sensación de poder sobre su amante. El Ocho no espera a que el otro dé el paso, sino que él mismo se lanza para complementar sus impulsos.
Su actitud es claramente posesiva. Más allá de vivir emocionalmente la unión carnal, vive la experiencia desde la intensidad física y desde su capacidad de dominio.
El contacto fisico, para este eneatipo, es una de los medios de expresión que tiene a su alcance para sentirse vivo. Suele buscar nuevas experiencias o formas de traspasar los límites convencionales.
A menudo caen en la promiscuidad y en las flamadas parafilias: comportamientos morbosos de carácter del amor no centrados en el coito, como podría ser el fetichismo, el contacto fisico con animales, el sadismo u otras prácticas anticonvencionales.
La posible tendencia a estas prácticas se debe, como se mencionaba anteriormente, a la necesidad de traspasar los límites normales para buscar la intensidad e imponer su voluntad.
Se suele dar un efecto de tolerancia mediante el cual, a mayor busca la intensidad, más promueve la sensación de estar apagado o ido por dentro, por lo que las prácticas del amores podrían ir derivando a comportamientos cada vez más excéntricos o peligrosos.
Morfología
La energía arrolladora y dominante del Desafiador se refleja en un torso ancho y expandido. Su fortaleza física es notoria.
El cuerpo trasmite la sensación de ser un tanque: acorazado, resistente y preparado para el pico.
Tiene la piel curtida, como corteza de árbol, con gran resistencia al dolor físico. De hecho, a menudo su cuerpo y su mente están entrenados para transformar el dolor en una experiencia agradable.
Los rasgos faciales son duros y exagerados. Su mirada es intimidatoria y desafiante, como si pudiera penetrar en el otro, infundiendo temor a su alrededor. A la vez, el tono de voz es alto, claro y asertivo.
El poder adquisitivo inherente a este eneatipo se puede reflejar muchas veces en una vestimenta ostentosa o en grandes joyas y ornamentas, como enormes cadenas de oro o relojes de pulseras caros y bien visibles.
Carácter dinámico
En los momentos de mayor estrés, el Ocho se mueve hacia el Cinco. Suele ocurrir que, cuando en realidad las situaciones se le hacen grandes, el Desafiador necesite retirarse para recuperar fuerzas y cavilar, desconectándose del mundo.
La búsqueda de la intensidad y la insatisfacción constantes causan en este eneatipo que contacte de vez en cuando con el vacío interno y la carencia de amor, sentimientos que trata de enmascarar.
A su vez, el Ocho tiende al Dos en su camino hacia la integración. Es entonces cuando baja la guardia y se permite abrir su corazón, llenando sus relaciones de cariño y ternura.
La mejor forma de superarse conlleva atravesar su desconfianza ante los demás y el miedo a la propia vulnerabilidad. A través de este salto de fe, el Ocho es capaz de vencer sus resistencias a la ternura y dejar de mostrarse como una roca.
Conclusión
En resumen, un eneatipo Ocho podría considerarse por ser alguien desafiante, decidido, impetuoso, visceral, sádico, emprendedor, fuerte, temerario, protector, impulsivo, dominante, activo, pasional, agresivo, hedonista, embaucador, asertivo, intimidador, rebelde, insensible e independiente.
Algunos casos de personajes Ocho en la literatura o en el cine:
Vito Corleone, interpretado por Marlon Brando en “El padrino” (Francis Ford Coppola).
Xena, interpretada por Lucy Lawless en la serie “Xena, la princesa guerrera” (Robert Tapert).
Tyler Durden, interpretado por Brad Pitt en “El club de la trabaja” (David Fincher).
Robin Hood, famoso héroe de la Inglaterra medieval.
Malamadre, interpretado por Luis Tosar en “Celda 211” (Daniel Monzón).
Sobre el autor
Antonio de la TorreEs el psicólogo responsable de Terapia Humanista. Pasa consulta en el centro desde sus inicios y participa de forma activa en la expansión de conciencia a través de su labor como terapeuta gestalt y transpersonal, formado también en técnicas de integración cerebral como ICV (Integración del Ciclo Vital) o SHEC (Sincronización de los Hemisferios Cerebrales).
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Zoraida Gambino