APRENDIENDO A AMAR

APRENDIENDO A AMAR

Escrito por evolucion

30/01/2016

Ganar terreno al odio. Sólo cuando puedo dejar de atribuirle al otro la causa de mi mal (interpretación realizada desde mi fantasma), puedo saber que mi odio en realidad es mi dolor de existir.

La sed no es culpa suya; la sed es mi cuerpo. Tengo sed desde que existo. Si recuerdo la experiencia de mi cuerpo sediento me doy cuenta de que los labios de aquél de quien estoy enamorado me calman, pero el dolor no es causa suya. En ello la experiencia poética es importante. Poesía rima con fantasía: el poema conjuga mis fantasmas.

El amor se recrea en la ficción del lenguaje porque las palabras son el hogar de los huérfanos. Las palabras permiten matizar las imágenes absolutas del fantasma. A propósito, Lyotard [1979: 316] dice esto:

El discurso no es poético porque nos seduzca, sino porque además nos descubre las operaciones de la seducción y del inconsciente: engaño y verdad juntos; fines y medios del deseo. De este modo, nuestro bienestar poético puede rebasar en mucho los límites fijados por nuestros fantasmas y así podemos hacer esa cosa tan extraña: aprender a amar. El bienestar del juego altera el juego del bienestar.

Y así la fusión es inesencial. El poema puede introducir imágenes en el lector, pero sólo lo hace desolidarizándolo de sus imágenes fantasmáticas y abriéndole el laboratorio de las imágenes, que son la formas.

Seguimos a Lyotard con Winnicott: “El bienestar del juego altera el juego del bienestar”. El amor es una intersección de zonas de juego. La vida duele, pero queremos jugar. El amor es posible cuando los amantes pueden ampliar su espacio lúdico. Cuando una relación se petrifica es necesario voltear las cartas y barajar de nuevo. En ese movimiento podemos perder seguridad, pero ganamos vivencia.

Para ampliar nuestras zonas de juego se requiere abandonar la tierra natal. Aprender a amar es desaprender los modos en que el amor se ha enajenado en nuestra historia. Nuestra historia amorosa nace en la familia; aunque el amor del amor es diferente al amor filial.

El goce del amor está fuera de la cuna: la tierra extranjera es el espacio del encuentro. Sólo los adultos (aquellos que han abandonado a su padre y a su madre porque ya no pretenden ser los niños maravillosos de antaño) pueden hacer del deseo del amor el bienestar del amor.

Freud decía que el psicoanálisis nos permite amar mejor: se historiza el amor y se sabe que es imposible. Empero, hay que intentarlo una y otra vez, incansablemente. Ése es el deseo.

Escribimos aprendiendo a amar porque nunca aprendemos del todo. Somos ignorantes; nunca sabemos sobre el deseo del otro, pero lo podemos reconocer a través de nuestra agobio. Lo intentamos.

Sin fusión, el deseo es el poro por el que respira Eros; también, por el que goza y llora. No hay amor completo porque el deseo es su posibilidad. No hay Uno porque hay alteridad. Así, queremos seguir jugando: cuanto menos posesión, mayor bienestar.

Cuando el deseo del otro se nos escapa, el cuerpo nos duele y la existencia nos asfixia. Aun así, el otro no tiene la culpa de su retirada: aprendemos a reír en nuestro llanto

Por Abraham Godínez Aldrete

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